lunes, 11 de abril de 2016

OPINION


Hemos visto muchos casos en los que planes estratégicos, que incluso podían parecer perfectamente diseñados, han fracasado. Cuando hablamos de fracaso, estamos diciendo que han sido incapaces de hacer que se llevara a la realidad todo aquello que proponían. En la mayoría de los casos, ni tan siquiera una pequeña parte de ello.

Y esto es verdad en cualquier ámbito territorial que exploremos: por encima de países, de dimensión del territorio o de su población, independientemente de los colores políticos de los gobiernos e independientemente de que el territorio o la ciudad sean industriales, rurales o de servicios.

Y, sin embargo, se han gastado (no podemos hablar de invertir puesto que el poso que dejan esos planes es prácticamente nulo) muchísimos recursos, tanto locales como regionales, nacionales o de organismos multilaterales, en definir este tipo de planes que tienen la vocación de impulsar el desarrollo de un territorio o una ciudad.

¿Hay una receta para el éxito?

¿Existe alguna "receta" que nos permitiera que muchos más planes alcanzaran el éxito? ¿Cuál es esa receta? ¿Sería aplicable en cualquier caso?

Si la hubiera, nuestro plan estratégico dejaría de ser un coste (algo que se adquiere pero que no genera ningún fruto permanente) para ser una inversión (porque sería un dinero invertido para conseguir la generación de riqueza y bienestar durante años).

Mi respuesta es que sí existe esa receta y, además, la buena noticia es que no es muy complicada. Está al alcance de cualquier territorio interesado en transfromarse mediante la definición de un plan estratégico. Si os parece, os la cuento y luego vemos por qué se fracasa en tantos casos.

El objetivo es conseguir que la ciudad dé un salto de calidad hacia adelante. Un salto en su generación de riqueza para que mejore la calidad de vida de toda su población. Un salto en competitividad, en cohesión social, en sostenibilidad, en urbanismo, en proyección exterior. Es decir, en realidad, una transformación de esa ciudad en una nueva ciudad más dinámica, más vibrante, más cohesionada, más referente entre las demás ciudades de su país. Ése es el objetivo de cualquier plan de este tipo, cualquiera que sea el nombre que le demos: estratégico, de gran visión, de desarrollo, de gobierno, de actuación, plan a 10 años, etc.


La receta es....

Pues bien, para transformar con éxito una ciudad, se necesitan tres elementos:
    Una estrategia
  1. Un plan para hacerla realidad
  2. La implicación de los agentes locales
La estrategia sería la visión de futuro que queremos para la ciudad y las líneas estratégicas sobre las que queremos construir ese futuro. Ya he hablado de eso ampliamente en artículos anteriores.

El plan está conformado por una serie de proyectos concretos, un calendario y una organización interna que se encargue de la dinamización y del seguimiento de todo ello.

Estas dos partes son bastante claras y comprensibles. Hasta aquí, pocas novedades. También parecen razonablemente simples de realizar. De hecho, los planes estratégicos habituales suelen aportar buena parte de esos elementos (aunque calendario y organización están ausentes a menudo). Además, cualquier responsable, puede pensar que eso puede ser encargado a algún especialista o a alguna institución o empresa que haga la consultoría correspondiente.

Si estos dos puntos iniciales parecen poder cubrirse razonablemente mediante los procedimientos habituales, debemos deducir que la razón del fracaso está en el tercer punto: los planes estratégicos no consiguen la implicación del conjunto de actores de la sociedad. Y, en efecto, así es porque es ahí donde fallan todos los planes que fracasan.


¿Pero por qué es tan necesaria la implicación del conjunto de la sociedad? ("¿Por qué será que Alain insiste tanto en este punto?" Permitidme la broma). Sencillamente, porque no estamos hablando de construir un nuevo barrio, una nueva carretera o una nueva biblioteca. Estamos hablando de transformar la ciudad para que alcance nuevas cotas de calidad y bienestar para sus habitantes. No hablamos solo de una modernización urbanística ni tampoco de mejorar la dotación de servicios públicos. Hablamos de un cambio DE LA CIUDAD. Hablamos de una dinamización de la ciudad en la innovación, en el talento, en su juventud, en su cultura, en sus empresas, en la proyección de sus universidades,..... Y, frente a lo que sí puede hacer una administración pública en solitario -construir un nuevo barrio, una nueva carretera o una nueva biblioteca,....-, eso, la transformación de la ciudad, no puede hacerlo.

Y es por eso que si la administración no cuenta con la sociedad civil, con las empresas, con la academia, no se producirá la transformación de la ciudad. Si la administración no es capaz de implicar en el plan a la sociedad civil, a las empresas y a la academia, no habrá transformación de la ciudad. Dicho de otra forma, el plan debe ser UN PLAN DE LA CIUDAD. Y, para ello, debe ser definido por la ciudad. Es decir, por su sociedad civil, sus empresas, su academia y su administración, en pie de igualdad. Porque es en pie de igualdad como cada uno de los 4 sectores de la sociedad va a tener que aportar su contribución a esa transformación de la ciudad, ahora sí, diseñada y deseada por todos.

Nótese, por lo tanto, que no estoy hablando tan solo de poner en marcha un proceso de participación para la definición del plan. Por supuesto, es necesaria la participación; pero no basta con hacer participación, es preciso conseguir la implicación de la sociedad con el espíritu y las propuestas del plan que se acabe aprobando.

El siguiente paso será contaros el método que aplico en las ciudades con las que colaboro, en las que sí contamos con su sociedad y en las que sí logramos la implicación de sus actores locales. Pero de eso hablaré más concretamente en un próximo artículo

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